"Felices Ustedes" es un mural pintado en vinilo sobre tabla de roble de 4,10 x 2,30 mt, está dividido en cuatro partes y unido con una estructura en aluminio en la parte trasera. Fue inaugurado el 7 de diciembre de 2019 en la Parroquia El Calvario (Monumento nacional de Colombia desde 1993), y colgado dos semanas después en el aire del techo de la sacristía. La obra refleja una dimensión del Calvario desde aquellos rechazados del mundo que Jesús revolucionariamente llama los "felices" por ser los predilectos de Dios y primeros en el Reino de los cielos. Al final de este documento se encuentra el texto explicativo de la obra que reposa con ella en la parroquia desde 2019.
Texto que acompaña la obra

La obra que presento a continuación, que lleva por nombre “Felices Ustedes” (Mt 5, 1-12), pretende mostrar en sus formas la realidad del Calvario como un camino seguro de la oscuridad a la luz. Su centro, como en la vida de la fe, es Jesús, quien flota como una escena para la eternidad, es el crucificado, pero es a su vez el resucitado que pone su pecho abierto como la realidad más cercana al ser humano. Las llagas son cuerpo mismo, un hombre desgarrado en su carne, como el velo del templo de un Dios que sale al encuentro del ser humano, pero a su vez un cuerpo dividido en partes sin dejar su unidad, pues es Jesús en la Eucaristía, un pan partido en pedazos por el sacerdote para alimentar nuestra vida y hacernos uno en su cuerpo; en ambos sentidos, es la muestra de un Dios que de brazos abiertos no se cansa nunca de amar.

Su corona es una aureola gloriosa pero espinada, del mismo modo como el mundo nos ha coronado de dolores pero Dios, en medio de ellos nos ha coronado de una esperanza siempre más grande. Su mirada hacia la luz eterna devela el momento en que “encomienda al Padre su Espíritu” (Lc 23, 46).

Esta misma figura de este hombre de brazos abiertos es a su vez la imagen de Adán, de cada uno de nosotros, con un cuerpo dividido y desgarrado en nuestra carne por el pecado y los dolores del día a día y la cotidianidad, por eso es un ser sin caracterización física aparente, calvo, despojado, donde, en imagen de Adán, el punto de fuga está en sus genitales como la procreación de la humanidad; y en Jesús, que es nuestro nuevo Adán, en quien hemos recuperado la vida en Dios, un punto de fuga desde la luz misteriosa de su corazón, donde habitas con nombre propio desde siempre, y donde la humanidad se recrea desde una misericordia desbordada y sin límites.

Tras la imagen de Jesús hay una cruz moderna, codificada, hecha de puntos azules, amarillos y dos de color negro junto a los pies de Jesús, es un plano de planta básico de la Parroquia El Calvario, donde por medio de sus pilares y columnas principales, en consonancia con la forma del templo, permite la figura de la cruz que sostiene el cuerpo de Cristo, como imagen de un Dios que habita y reina desde la sencillez y los dolores de las personas de la comunidad, que encuentran una bella casa, el consuelo de la vida y la paz del corazón en lo que estas columnas sostienen.

Alrededor de Cristo se encuentra María y el discípulo que Jesús ama, que desde el Calvario la recibe en su vida como una madre entregada y confiada por Jesús, por eso se toman de la mano haciendo del cuerpo de Cristo el centro de su unión y dejando ver el Calvario como un lugar también de la amistad, igual a nuestra experiencia de venir aquí, al Calvario, en donde Cristo se ha hecho nuestro amigo en aquellos que aquí nos aman y amamos. Son dos figuras en perspectivas diferentes desde lo figurativo pero también en lo simbólico.

María es la imagen de la increíble mujer antioqueña, está basada en la campesina del cuadro “Horizontes” en honor al maestro Yarumaleño, Francisco Antonio Cano, ella cierra sus ojos como signo de la fe de una mujer que no requiere de ver para creer en las promesas de Dios, y quien, bíblicamente, tuvo en toda su vida, una sola aparición que le hablaría del plan de Dios, la del ángel Gabriel, a quien escuchó una promesa en la que creyó a ojos cerrados hasta la vida eterna, es ella maestra de nuestra comunidad de la que aprendemos los dones de la espera y la fe, sin necesidad de ver con los ojos más manifestación del cielo, que lograr, en medio de nuestros tropiezos, amarnos los unos a los otros.

 El discípulo a quien Jesús ama, que se encuentra del lado izquierdo, eres tú, personalmente puesto allí, es la imagen de la humanidad, pecadora, desordenada y errante, que mira de frente a Dios con valentía sabiendo que el Reino de los cielos no depende de sus fuerzas y sacrificios, de sus actos y largos rezos, no es un reino de merecimientos, sino un Reino regalado por la entera misericordia del Padre que ama a su discípulo, que te ama a ti. Este discípulo, en la pintura, ha comprendido que la vida de fe es poder mirar de frente a Dios, con todo lo que se es, por encima de las redundancias de sí mismo. Es nuestro reto, por fuera de la pintura, hacerlo también.

El discípulo amado es también la imagen humana del sacerdote, quien sufre muchas veces incomprendido en su soledad, y quien, aún en su promesa de celibato, le cuesta la vida sin un amor exclusivo, por ello su cíngulo o cordón está suelto en su tercer nudo, acudiendo a la imagen del cordón franciscano cuyos nudos representan la pobreza, la obediencia y la castidad. Hoy la vida nos pide a nosotros, pueblo de Dios, poder sentir misericordia en las entrañas y ayudar a reconstruir la vida y la dignidad de nuestros sacerdotes cuando los nudos de su vida, apretada y entregada se sueltan. Todos, sin distinción, merecemos ser reconstruidos cuando hemos sido ruinas del destino.

Del lado superior del sol se encuentra el Padre (a la izquierda) (Lucas 15,1-3.11-32), quien con misericordia recibe en sus brazos al hijo después de la marcha, el padre lo mira de frente, sin reproche ni tapujos, no necesita explicaciones, toca con ternura el rostro del hijo levantándolo con una mano gigante donde caben todos quienes se han ido de casa, y en silencio le recuerda al recién llegado su dignidad de hijo muy amado.

El hijo, por su parte, entiende que el regreso a casa, a sí mismo, a quien es él auténticamente, no tiene más camino que volver a tocar el corazón del Padre aún si hay cerdos que todavía le acompañan como una carga en su espalda. Ha llegado a casa, la casa del Padre, al hogar, a la parroquia. El hijo que regresa al Padre es también imagen de Cristo, llagado y herido, abrazado en la hora nona de su muerte en viernes santo (3:00 p. m.) hora marcada por el reloj de la casa del Padre; esta escena, en el extremo luminoso del mural, nos hace meditar que solo sentimos el eterno abrazo de Dios en aquella hora en donde aprendemos a morir a nuestros a nosotros mismos para darnos por el otro, es Jesús el hijo que nos ha señalado el camino de regreso a una casa que nunca ha perdido el aroma de nuestros corazones aún en la lejanía.

Ambas figuras, la del Padre y el hijo, se sostienen en dos bases secundarias, el hijo se apoya en la madre, quien en silencio y oración le ayuda a ir cada vez más alto sin importar el anonimato materno, hacemos con esta figura honor a nuestras madres, quienes han sido las primeras en morir en vida por llevarnos cada vez más alto.

El Padre, del otro lado, se apoya en el hombre errante, en quien confía su proyecto de salvación plenamente, sin peros ni condiciones; tenemos un Dios todopoderoso, cuyo mayor poder ha sido la confianza en la creación de sus manos que ama profundamente. La figura de Jesús crucificado que irrumpe entre ambos, es un puente, el único capaz de unir el mundo del cerdo con la casa.

El lado de abajo, en azul, que simula el lado oscuro de la luna en la parcialidad de un eclipse que ensombrece la luz pero no la apaga, se encuentra precedido por la figura del monte Calvario, que en sus rocas recrea la Calavera; en los evangelios se traduce del griego como (Kraníou Tópos); y al latín como Calvariæ Locus, de donde sale la Palabra “Calvario” o “Lugar de la Calavera”. Es el lugar de la ejecución, no solo para Jesús, sino para muchos otros, que en su muerte literal o en vida hacen un solo dolor con el dolor de Cristo. En palabras de José Antonio Pagola: Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Por ello el Calvario es lugar de la realidad de todo ser humano, en especial de quienes le habitan en este mural, a quienes Jesús llama los “Felices” o “Bienaventurados”, son ellos, quienes en una técnica artística diferente al realismo de los otros personajes, refleja cómo, en sociedad, vamos caricaturizando a quienes socialmente hemos dejado atrás, quienes fastidian nuestras comodidades y a quienes invisibilizamos a precio de estatus personal, ideologías terrenas vacías y doctrinas acomodadas, son ellos, en las lógicas de Dios quienes llevan la delantera en la felicidad auténtica de la vida tanto en la tierra como en el cielo y los describo a continuación de izquierda a derecha:

1. Felices los pobre de corazón, porque el Reino de Dios les pertenece: Representados en Doña Elisa Arango de Cock, quien donó los terrenos para este bello templo, a quien, por medio de estos colores hacemos honor por la vida espiritual que hoy llevamos.

2. Felices los que lloran, porque serán consolados: En imagen de una madre del barrio con su hijo muerto en brazos como figura de una “piedad” moderna, donde la línea de la vida, que sale de los ojos de la madre, continúa en la línea de sangre derramada que un día engendró.

3. Felices los desposeídos, porque heredarán la tierra: Representados en un “Francisco” que reconstruye, anuda y recrea la vida de la Iglesia como siembra de una cosecha que nunca recibirá en este mundo sino en la eternidad.

4. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados: En imagen de los mendigos que han perdido todo por la injusticia social y la desigualdad evidente pero enmascarada, los hambrientos de la calle que se atreven a pedir, pero también los vecinos del barrio que no se atreven a hacerlo, en el mural es un hombre llagado como aquellos exiliados de su país que llagados de etiquetas piden una dignidad en tierras extranjeras.

5. Felices los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia: Representados en la figura de dos mujeres en una: La Verónica, quien en la pasión de Cristo le tuvo misericordia sin importar la amenaza de su propia vida. Pero también es la mujer adúltera, una figura desnuda, quien, habiendo sido tratada con infinita misericordia optó por revestir su vida de Cristo.

6. Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios: Representados en la nobleza del campesino colombiano, quien señalado, etiquetado y subvalorado por los ciudadanos, no deja de ser la mano del Padre eterno que da hoy, y siempre el pan nuestro de cada día.

7. Felices los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios: Representados en una indígena como cabeza de líderes sociales y ambientales asesinados en el país cada día sin compasión.

8. Felices los perseguidos por causa del bien, porque el reino de los cielos les pertenece: En imagen de un afrocolombiano amenazado por su raza.

9. Felices ustedes cuando los injurien, los persigan y calumnien: Representados, finalmente en Jesús, que en el centro cumple esta promesa parafraseando la continuación del texto: “Alégrense y estén contentos, pues la paga que les espera en el cielo es abundante.

Es Jesús, quien en esta pintura muestra a aquellos que viven la oscuridad de estos calvarios a sus pies, que Él es la promesa cumplida de la paga en el cielo, pues no solo es puente entre el cerdo y la casa, sino también entre la oscuridad y la luz, invitándonos en nuestras realidades particulares a ser también puentes que lleven a otras vidas a la claridad de la verdad.

De los lados, se encuentran dos sacerdotes como figuras del buen y el mal ladrón del Calvario. Uno, del lado de la casa del Padre: el padre Julio, sacerdote en la historia de este lugar, quien de pie y firme en su fidelidad, sencillez y amor es recordado y amado por la comunidad, es quien reposa en paz en este templo y quien fundó la Cofradía Pasionista, a quienes enseñó con su vida el valor de levantar con alegría el Evangelio por medio de la belleza del arte, pero, sobre todo de levantar la vida con la belleza del testimonio de la fe, son ellos quienes le llevan en la escena en un anda procesional; a él hacemos homenaje en este mural y a la cofradía agradecemos una ardua labor de años por hacernos sentir en casa.

Del lado contrario, hay un sacerdote caído, sentado y descalzo, imagen de los ministros que en su paso por la parroquia, han hecho daño a la comunidad con malos actos, tratos, corrupción y robos. Lleva una bolsa de dinero rota que denota el hueco espiritual por donde se derrama su riqueza material. No es capaz de dar la cara a la comunidad, por eso se cubre con vergüenza en la conciencia de sus actos. Con esta figura pedimos perdón de corazón por todos ellos, los malos sacerdotes, quienes desangrando la parroquia desangraron también la fe.

Ambos sacerdotes están bañados por la luz del corazón de Cristo, diciendo al espectador de la obra en palabras del Evangelio “para que así lleguéis a ser hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”. (Mateo 5, 45) Hacia la izquierda, la luz ilumina a la altura del corazón del “buen ladrón”, y a su derecha, la conciencia del “mal ladrón”.

Detrás del mural, reposan adheridas las cartas de las familias del barrio que han perdido a sus seres queridos injustamente de manera violenta en la historia de Campo Valdés. En ellas, las familias han entregado con Cristo, en las manos del Padre, en un trabajo de elaboración de duelo, sus sentimientos profundos y dolorosos de aquellos que un día emprendieron el camino de la oscuridad a la luz, y quienes hoy gozan de ser en la comunidad estrellas luminosas que nos cuidan desde el firmamento, ellos nos han precedido en la alegría de nuestra aspiración de llegar a ser un día, los Felices del Reino.





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